jueves, 7 de febrero de 2008

Darío, poeta trágico


Un artículo de Nidia Palacios Vivas, escritora nicaragüense.

La vida de Darío estuvo marcada por la tragedia: el abandono de sus padres, la muerte de Rafaela Contreras, la de sus dos hijos, sus penurias económicas y el ataque de sus detractores que lo herían profundamente. Su refugio fue la poesía en la cual se transparenta su melancolía. En los siglos XVI y XVII se publicaron varios tratados sobre la melancolía: Traité de l´essence et guérison de l´Amour ou mélancolie érotique. (1610) de J. Ferrand, El libro de la melancolía (1585) de Andrés Velázquez, y en el S. XX Anatomy of the Melancholy (1955) de R. Burton. En estos estudios se afirma que la melancolía fue un rasgo esencial en la cultura renacentista. Sobresalen dos inmortales obras, Hamlet de Shakespeare y Don Quijote, de Cervantes, creador de un personaje melancólico por excelencia y que se considera clave en la larga historia de la melancolía. Otras obras fueron El melancólico de Tirso de Molina y El príncipe melancólico de Lope de Vega.

Adicionalmente, en oposición al concepto medieval de que era una enfermedad, en el budismo, la melancolía es una condición existencial que deriva del sufrimiento y la tristeza que emana de la vida misma, y que hay que vencer la desesperanza, no negar su existencia. Esta doctrina budista propone que la única forma de superar la melancolía es mediante el nirvana. Asimismo, Juan Huarte de San Juan en su Examen de ingenios para las ciencias (1593), aborda la “Teoría de los humores”, en la fisiología clásica y la Edad Media. Asevera que el melancólico sufre de insomnio y pesadillas, se dedica al estudio y meditación y añade que los melancólicos tienen el don de la profecía.
 
En el siglo XX, Roger Bartra en Las enfermedades del alma en la España del Siglo de Oro, emplea frecuentemente la palabra alma para referirse a la mente, la conciencia o el yo, sin ninguna implicación religiosa o metafísica (16). Andrés Velázquez (XVI), afirma que la melancolía hace referencia a formas reales de sufrimiento, a sentimientos de angustia, acompañados de comportamientos autodestructivos. Estos conceptos podemos aplicarlos a Rubén, pero no como una enfermedad mental, pues la ilustre antecesora de la depresión de hoy fue la melancolía, sino como un estado de alma, como una actitud ante la vida.

Veamos unos ejemplos: el poeta, en el cuarto poema de Cantos de vida y esperanza dedicado al mito de Leda, Zeus, metamorfoseado en cisne, en cuanto autor del acto creador, “recurre a ciertas constantes significativas en el campo semántico: ‘fuente’, ‘alameda’, ‘melancolía’, se corresponden con símbolos sensuales, con la tristeza, con la necesidad de huir… La sensualidad del trance ha ido en aumento y el misterio de la entrada de un cuerpo en otro, en su contrario (el día y la noche) significa momentáneamente el acto creador… se perfila en este poema el gran tema de Darío: el fracaso o imposibilidad del amor”. (Zavala 126). Y así su escritura se tiñe de “melancolía agria, olorosa a azufre”. Darío confiere a la palabra abstracta “melancolía”, un sabor agrio y un olor insoportable, asfixiante, como el del azufre, imagen que alude a su vida llena de amargura. El ave de estirpe sagrada en la sección “Los cisnes” de CVE ha cambiado de signo. Darío reescribe y dota de varios registros semánticos al cisne jupiterino. El cisne que navegaba en el agua azul, inmaculado como los lirios, sufre una metamorfosis en esta sección de Cantos de vida y esperanza y se van notando con intensidad los temas del otoño, de la melancolía y del ensueño.

En Juventud, divino tesoro/ ya te vas para no volver la bella edad se fue y el poeta cae en el pesimismo vital. En su segundo Nocturno, el cisne, emblema del modernismo aparece sucio, su blancura y las “blancas urnas de la armonía”, yacen en medio del lodo: “Y los azoramientos del cisne entre los charcos/ y el falso azul nocturno de inquerida bohemia”, exclama. Usó diversas máscaras para ocultar su dolor. Su “traje de emperador” era sólo un disfraz: “Yo supe de dolor desde mi infancia. / ¿Mi juventud ¿fue juventud la mía?/ Sus rosas aún me dejan su fragancia,/Una fragancia de melancolía”.

Al leer su biografía y su autobiografía compartimos su dolor, tanto infortunio. Su poesía fue hija de su tiempo con su mal del siglo, su hedonismo, sus ambientes versallescos, su erotismo exacerbado. La creación poética de finales del siglo XIX se debatía entre las “Flores del mal”, la caída en el abismo, y luego, el arrepentimiento. Confiesa que “la torre de marfil tentó mi anhelo”, “de desnuda que está brilla la estrella” y que “ser sincero es ser potente”. El tono de CVE es angustiado, reflexiona y ejecuta una disección espiritual como el melancólico Hamlet, su alma gemela.

Se siente viejo y se ahonda su melancolía. La melancolía fue una condición existencial muy suya, que tuvo su origen en el sufrimiento y la tristeza de la vida misma, un estado de alma que se refiere a la mente, la conciencia o el yo. Poeta trágico, pero genial, reverenciado por Neruda y García Lorca quienes dijeron: “El poeta que cantó más alto que nosotros”.

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