Por Edgard Tijerino.
Hubo un tiempo en que las mejores jugadas no ocurrían en el terreno, sino en nuestras casas, a la orilla de los aparatos de radio. A ese tiempo, pertenece Evelio Areas Mendoza como uno de esos relatores que te levantaban de las sillas con los pelos erizados, imaginando que el Vesubio estaba haciendo erupción a pocos pasos.
Era el tiempo de Sucre, el más grande de todos, del Fat García, de René Cárdenas, de José Castillo, de Rafael Rubí y de tantos otros que fueron precursores de Armando Provedor y Julio “El Porteño” Jarquín, todos ellos miembros de la realeza de las transmisiones de béisbol en el terruño.
La ceremonia de la Asociación de Cronistas Deportivas que ahora maneja el competente y laborioso Moisés Ávalos, está dedicada a Evelio, el locutor de la agitación permanente, capaz de encabritarse en cada jugada y masticar el micrófono atrapado por la pasión, con sus pilas cargadas como lo demostraba con el largo grito de Ray O Vac, tan popular entre las legiones de aficionados.
Yo era muy joven cuando conocí a Evelio, igual que Sucre, por medio de mi padre Gustavo, quien fue amigo de los dos. Nacido el 14 de junio de 1929, según el detalle del Salón de la Fama pinolero, Evelio debutó como locutor en 1948 con motivo de la Décima Serie Mundial y la inauguración del entonces Gran Estadio.
Sólo tengo una manera de imaginarlo, y es alterado de la cabeza a los pies, al revés y al derecho, como producto del terremoto de 1931 que atravesó mientras avanzaba hacia los tres años.
En la Serie Mundial de 1950, estuvo con el staff de La Voz de la Victoria junto con Manuel Aragón, el Profesor Manuel Cruz y Manuel Garay. A partir de ese momento, anduvo, anduvo, anduvo, y vio la luz del día, y pasó las noches frías, y se fajó con lo mejor que hemos escuchado por aquí, trabajó a lo largo de toda la etapa de la Profesional, participando en el resurgir del béisbol amateur en la década de los años 70, y continuando hasta meter sus narices en las Grandes Ligas transmitiendo para los Gigantes de San Francisco y Atléticos de Oakland.
Se casó con Sandra Gómez, para muchos una santa mujer que ha escapado milagrosamente a ese temperamento a veces incontrolable, cobijando a Evelio con un inmenso cariño. “Para mí transmitir béisbol lo es todo”, ha dicho quien se metió largo tiempo a promotor de boxeo, en la época de grandeza de Eduardo “Ratón” Mojica, llevándolo a la orilla de una pelea de campeonato mundial con Horacio Acavallo, que nunca se realizó.
Fue Evelio, el mismo que le declaró desde su micrófono la guerra a México en defensa de Sucre, quien hizo posible la pelea Ratón-Chionoi, todavía el evento boxístico más impresionante vivido en Nicaragua, y quien contrató a Rubén Olivares para enfrentarlo con Vicente “Yambito” Blanco.
Un fanático con micrófono. Eso ha sido siempre Evelio, quien elabora su propio ranking de los mejores de la siguiente forma: primero Sucre, detrás “El Porteño” y yo, como cuarto Provedor y quinto el Fat García.
Hubo un tiempo en que las mejores jugadas no ocurrían en el terreno, sino en nuestras casas, a la orilla de los aparatos de radio. A ese tiempo, pertenece Evelio Areas Mendoza como uno de esos relatores que te levantaban de las sillas con los pelos erizados, imaginando que el Vesubio estaba haciendo erupción a pocos pasos.
Era el tiempo de Sucre, el más grande de todos, del Fat García, de René Cárdenas, de José Castillo, de Rafael Rubí y de tantos otros que fueron precursores de Armando Provedor y Julio “El Porteño” Jarquín, todos ellos miembros de la realeza de las transmisiones de béisbol en el terruño.
La ceremonia de la Asociación de Cronistas Deportivas que ahora maneja el competente y laborioso Moisés Ávalos, está dedicada a Evelio, el locutor de la agitación permanente, capaz de encabritarse en cada jugada y masticar el micrófono atrapado por la pasión, con sus pilas cargadas como lo demostraba con el largo grito de Ray O Vac, tan popular entre las legiones de aficionados.
Yo era muy joven cuando conocí a Evelio, igual que Sucre, por medio de mi padre Gustavo, quien fue amigo de los dos. Nacido el 14 de junio de 1929, según el detalle del Salón de la Fama pinolero, Evelio debutó como locutor en 1948 con motivo de la Décima Serie Mundial y la inauguración del entonces Gran Estadio.
Sólo tengo una manera de imaginarlo, y es alterado de la cabeza a los pies, al revés y al derecho, como producto del terremoto de 1931 que atravesó mientras avanzaba hacia los tres años.
En la Serie Mundial de 1950, estuvo con el staff de La Voz de la Victoria junto con Manuel Aragón, el Profesor Manuel Cruz y Manuel Garay. A partir de ese momento, anduvo, anduvo, anduvo, y vio la luz del día, y pasó las noches frías, y se fajó con lo mejor que hemos escuchado por aquí, trabajó a lo largo de toda la etapa de la Profesional, participando en el resurgir del béisbol amateur en la década de los años 70, y continuando hasta meter sus narices en las Grandes Ligas transmitiendo para los Gigantes de San Francisco y Atléticos de Oakland.
Se casó con Sandra Gómez, para muchos una santa mujer que ha escapado milagrosamente a ese temperamento a veces incontrolable, cobijando a Evelio con un inmenso cariño. “Para mí transmitir béisbol lo es todo”, ha dicho quien se metió largo tiempo a promotor de boxeo, en la época de grandeza de Eduardo “Ratón” Mojica, llevándolo a la orilla de una pelea de campeonato mundial con Horacio Acavallo, que nunca se realizó.
Fue Evelio, el mismo que le declaró desde su micrófono la guerra a México en defensa de Sucre, quien hizo posible la pelea Ratón-Chionoi, todavía el evento boxístico más impresionante vivido en Nicaragua, y quien contrató a Rubén Olivares para enfrentarlo con Vicente “Yambito” Blanco.
Un fanático con micrófono. Eso ha sido siempre Evelio, quien elabora su propio ranking de los mejores de la siguiente forma: primero Sucre, detrás “El Porteño” y yo, como cuarto Provedor y quinto el Fat García.
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