Una opinión de Francisco Javier Bautista Lara http://www.franciscobautista.com/
En la obra de teatro del dramaturgo noruego Ibsen “El enemigo del pueblo”. hay un balneario que está contaminado, las autoridades se niegan a clausurarlo para limpiarlo debido a intereses económicos, los medios de comunicación se confabulan para desinformar y confunden a la población; quien se ha visto obligado a denunciar el hecho por el bienestar público es un médico, hermano del alcalde, queda aislado. Reconoce que lo que necesita ser descontaminado no era el balneario, era la sociedad, el poder y la política. Quien se sumerja en ella corre el riesgo de infestarse.
En la ciudad, en la nuestra en donde vivimos, se aglomera la basura, comienza a esparcirse y fermentarse, las moscas revolotean alrededor de los montones… En el botadero de basura los más pobres rebuscan entre los desechos el sustento de cada día. Por las calles deambulan los primeros que hacen la repela, abren las bolsas, destapan los barriles, sacan cosas útiles, sobras de comida, cosas para su uso o para la venta al reciclaje, después los trabajadores municipales del “tren de aseo”, rebuscan lo dejado y al final los últimos. La pobreza en sus extremos se pelea en las calles mientras desde la primera fila, con la pulcritud de la apariencia, otros debaten y buscan provecho de la miseria ajena, con la incandescencia del discurso coyuntural que pronto (ojalá no) volverá al olvido.
Saramago escribe “Ensayo sobre la ceguera”, todos, en la ciudad, inexplicablemente van quedando ciegos, los servicios públicos dejan de funcionar, no disponen de transporte público, la comida escasea, el caos se apodera de la población, las autoridades sufren del mismo mal, la basura satura las calles, el hedor es insoportable y nadie entiende por qué ha pasado aquello… hasta que un día, igual que al principio cuando quedaron ciegos, van recuperando la vista... poco a poco o ¿repentinamente?
Hay en la sociedad ceguera, la basura no yace solamente en los basureros, la contaminación no se encuentra únicamente en los balnearios, algo ha pasado. Su fuente radica en otro lado. Necesitamos apelar a la lucidez, como el mismo Nobel portugués escribe. Alguien dice vayan, y todos van, porque la ceguera no nos deja ver. Alguien señala con el dedo, ¡nómbrenlo! y es nombrado y todos aplauden sin ver. Alguien dicta la sentencia mientras el derecho, siempre al lado de la conveniencia, duerme el sueño de los justos. Una y otra voz habla y explica entre la maraña de su propia verdad y esa verdad está contaminada por ser unilateral; muchos sienten un hedor, se tapan la nariz con una mano y levantan la otra; guardan silencio.
En la ciudad, en la nuestra en donde vivimos, se aglomera la basura, comienza a esparcirse y fermentarse, las moscas revolotean alrededor de los montones… En el botadero de basura los más pobres rebuscan entre los desechos el sustento de cada día. Por las calles deambulan los primeros que hacen la repela, abren las bolsas, destapan los barriles, sacan cosas útiles, sobras de comida, cosas para su uso o para la venta al reciclaje, después los trabajadores municipales del “tren de aseo”, rebuscan lo dejado y al final los últimos. La pobreza en sus extremos se pelea en las calles mientras desde la primera fila, con la pulcritud de la apariencia, otros debaten y buscan provecho de la miseria ajena, con la incandescencia del discurso coyuntural que pronto (ojalá no) volverá al olvido.
Saramago escribe “Ensayo sobre la ceguera”, todos, en la ciudad, inexplicablemente van quedando ciegos, los servicios públicos dejan de funcionar, no disponen de transporte público, la comida escasea, el caos se apodera de la población, las autoridades sufren del mismo mal, la basura satura las calles, el hedor es insoportable y nadie entiende por qué ha pasado aquello… hasta que un día, igual que al principio cuando quedaron ciegos, van recuperando la vista... poco a poco o ¿repentinamente?
Hay en la sociedad ceguera, la basura no yace solamente en los basureros, la contaminación no se encuentra únicamente en los balnearios, algo ha pasado. Su fuente radica en otro lado. Necesitamos apelar a la lucidez, como el mismo Nobel portugués escribe. Alguien dice vayan, y todos van, porque la ceguera no nos deja ver. Alguien señala con el dedo, ¡nómbrenlo! y es nombrado y todos aplauden sin ver. Alguien dicta la sentencia mientras el derecho, siempre al lado de la conveniencia, duerme el sueño de los justos. Una y otra voz habla y explica entre la maraña de su propia verdad y esa verdad está contaminada por ser unilateral; muchos sienten un hedor, se tapan la nariz con una mano y levantan la otra; guardan silencio.
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